El niño y la estrella de mar
Había una vez un hombre que vivía cerca de la playa. Todos los días se despertaba y lo primero que hacía era dar un paseo por la arena. Un día cualquiera se quedó muy sorprendido por lo que encontró en su escapada matutina. Había cientos de estrellas de mar tiradas por toda la costa. Era muy extraño. Quizás el mal tiempo o los vientos de noviembre eran los responsables de ese fenómeno.
El hombre lamentó la situación. Sabía que las estrellas de mar no podían vivir más de cinco minutos fuera del agua. Todas esas criaturas morirían en poco tiempo, si es que no estaban ya muertas cuando él pasó a su lado. “¡Qué triste!”, pensó. Sin embargo, a su mente no llegó ninguna idea inspiradora.
Al avanzar un poco vio a un niño que estaba corriendo de un lado a otro en la arena. Se veía agitado y sudoroso. “¿Qué estás haciendo?”, le preguntó el hombre. “Estoy devolviendo las estrellas al mar”, respondió el niño, que se veía ya cansado.
El hombre pensó un momento. Le pareció absurdo lo que el niño hacía. No resistió las ganas de decir lo que pensaba. “Lo que haces es inútil. He camino un largo trecho y hay miles de estrellas. No tiene sentido lo que haces”, señaló. El niño, que tenía en sus manos una estrella de mar, le respondió: “¡Ah! ¡Vaya que sí tiene sentido para esta!”
Pequeñas acciones, grandes hazañas
La inspiradora leyenda del niño y la estrella de mar nos muestra el valor de las acciones pequeñas. A veces no logramos ver el valor de los actos modestos. Esto sucede porque no estamos orientando nuestro comportamiento hacia los valores, sino hacia los resultados. Es como si viéramos el mundo en términos de cantidad y tamaño, pero no de significado y esencia.
Espero que os sirva esta pequeña historia para vuestro verano.