martes, 22 de febrero de 2011

-El cofre del tesoro



Un campesino estaba haciendo un pozo en su campo.
Cuando llevaba horas cavando con su pala, encontró un cofre enterrado.
Lo sacó de allí y al abrirlo, vio lo que nunca había visto en su vida:
un fabuloso tesoro.
El cofre estaba lleno de diamantes, monedas de oro, joyas bellísimas,
collares de perlas, esmeraldas, zafiros y un sin fin de objetos
preciosos que harían las delicias de cualquier rey.

Pasado el primer momento de sorpresa, el campesino se quedó
mirando el cofre. Viendo las riquezas que contenía pensó que
era un regalo que Dios le había hecho. Pero aquello no podía
ser para él solo, era demasiado. Él era un simple campesino
que vivía feliz trabajando la tierra. Seguramente,
había habido alguna equivocación.

Muy decidido, cargó el cofre en una carretilla. Tomó el camino
que conducía a la casa donde vivía Dios para devolvérselo.
Al rato de ir por allí, encontró a una mujer llorando al
borde del camino. Sus hijos no tenían nada para comer
y los iban a echar de la casa donde vivían por no poder
pagar el alquiler. El campesino se compadeció de aquella
mujer y, pensando que a Dios no le importaría, abrió el cofre
y le dio un puñado de diamantes y monedas de oro.
Lo suficiente para solucionar el problema.

Más adelante vio un carromato parado en el camino.
El caballo que tiraba de él había muerto. El dueño estaba
desesperado. Se ganaba la vida transportando cosas de
un lugar a otro. Ahora ya no podría hacerlo. No tenía dinero
para comprar otro caballo. El campesino abrió el cofre y
le dio lo necesario para el nuevo caballo.

Al anochecer, llegó a una aldea donde un incendio había
arrasado todas las casas. Los aldeanos dormían en la calle.
El campesino pasó la noche con ellos y a la mañana siguiente,
les dejó lo suficiente para que reconstruyeran toda la aldea
de nuevo.

Y así iba recorriendo el camino aquel campesino. Siempre
se cruzaba con alguien que tenía algún problema. Fueron
tantos que, cuando ya le faltaba poco para llegar a casa
de Dios, sólo le quedaba un diamante. Era lo único que le
había quedado para devolverle a Dios. Aunque poco le duró,
porque cayó enfermo de unas fiebres y una familia le recogió
para cuidarle. En agradecimiento, les dio el diamante que le quedaba.

Cuando llegó a la casa de Dios, éste salió a recibirle.
Y, antes de que el campesino pudiera explicarle todo lo ocurrido,
Dios le dijo:

- Menos mal que has venido, amigo. Fui a tu casa para decirte
una cosa, pero no te encontré. Mira, en tu campo hay enterrado
un tesoro. Por favor, encuéntralo y repártelo entre todos los que
lo necesiten.